Al cierre de 2013, nada, absolutamente nada, tuvo José Alperovich para festejar. Era la ocasión para haber hecho, como gobernante, un público mea culpa sobre el trágico final que dejaron los saqueos. Sin embargo, no fue capaz de formularse una autocrítica profunda. Esa rendición de cuentas a la sociedad está pendiente. Cree que la culpa del alzamiento policial, ni los ocho muertos, no es de él. Y se despega de su ineludible responsabilidad. Por un hecho de tal magnitud, otro mandatario no hubiera titubeado en dimitir, pero su atornillamiento a la silla del poder fue más fuerte.
En su altanería egolátrica no alcanzó a advertir que el destino -un factor ajeno a la voluntad del hombre-, interferiría, de pronto, con un suceso luctuoso. Salió malherido políticamente, con secuelas psicológicas que han trastocado su carácter. Tuvo un ascenso meteórico en la política, pero su carrera se truncó abruptamente. Cuando la historia hable de él, lo recordará por el caos, los saqueos y los muertos, que no supo prever y menos conjurar.
Él y la zarina, sin embargo, más el coro de su prole y un hato de obsecuentes, están convencidos que sus comprovincianos son desagradecidos por no valorar, con justa vara, lo que hizo por Tucumán. Esa creencia errada es la resultante del autismo en que vive la pareja monárquica, enclaustrada, como la Presidente, en su propia burbuja de vidrios polarizados. Llegó a tal punto la enajenación que cuando amainaron los días de furia, la gente se concentró en oleadas en la plaza Independencia. En el palacio se creía que la multitud iba a repudiar a la policía por su irresponsable pasividad. La ira colectiva, en cambio, se focalizó en el gobernador, exigiéndole su renuncia. Terminó con una brutal represión, ordenada por el ministro Gassembauer con la venia de su protector.
La obsesión de Alperovich fue -y es- borrar de la memoria de la tucumanía a Celestino Gelsi, recordado y admirado por su gobierno. El caudillo radical hizo, en menos de cuatro años, lo que él no hizo en una década. Con menguados recursos en sus alforjas edificó una obra sin par, diáfana, honesta, con respeto a la ley y sin corrupción, anteponiendo siempre el sano ritual republicano de la licitación pública e igualdad de oportunidades para las empresas. Murió en una pobreza digna, gastando en la política su propio patrimonio. No en vano la gente evoca su nombre con respeto y cariño.
Alperovich es la contracara de esa conducta ejemplar. No puede decir lo mismo, a riesgo de caer en pecado. La distancia oceánica entre uno y otro es que el no olvidado gobernante se fue de este mundo con una gestión cristalina. Él lleva ocho difuntos a sus espaldas, un crimen espantoso, aún impune, como el de Paulina Lebbos, más graves hechos de corrupción. Gelsi tuvo una plantilla de 11.000 empleados públicos; Alperovich, 75.000, con una bolsa de $ 80.000 millones en una década. Sólo en el actual ejercicio dispone de $ 23.000 millones, sin control de nadie. No obstante, esquilma a los tucumanos con más y más impuestos. El Tribunal de Cuentas es un fantasmal órgano, al servicio del patrón, con anuales informes sobre las cuentas de inversión que nunca turbaron su sueño.
Una nueva reelección para Alperovich es un anhelo definitivamente soterrado por los saqueos y la muerte. La mitad de la corporación legislativa, ergo, quedará en la calle, sin la malhabida pitanza de los misteriosos “gastos sociales”, de los que Regino Amado, a cargo temporal del Parlamento, se niega tozudamente a informar. Con su omisión cómplice y sin actuar de oficio como correspondería, la Justicia convalida la existencia de un poder del Estado con cuentas secretas. Las viudas del Parlamento entraron en una espiral de desesperación. Apenas la barcaza oficial comenzó a hundirse, se lanzaron a buscar un lugar bajo el sol (rentado, claro). Donde fuera y con quien fuera. Nada importa. La mística peronista y las convicciones ideológicas, detrás de las que se escudan, tienen fronteras porosas para ellos. El éxodo cuenta con algunos adelantados.
La lista de los saltarines se ensanchará y el jefe del Sanedrín lo sabe. Siente en su piel el frío del abandono. Dispone todavía de un deshilachado poder y sueña con hacerlo pesar en 2015, a la hora de digitar las candidaturas. Lo desvela quién será su delfín. En su intimidad era Juan Manzur, pero resultó un probado caballo de patas lerdas. En paralelo, se niega a aceptar una salida como la del santiagueño Gerardo Zamora, dándole la posta a su esposa. Otro es Osvaldo Jaldo, repitente serial como diputado trucho. Volvería en marzo.
Añora el Ministerio del Interior, que no se cubrirá hasta su retorno. Ese enclave es un non sacto manantial inagotable de rublos, a través de las comunas rurales, que no está dispuesto a declinar. Desde ahí pretende izarse a la gobernación. No sólo Manzur y la senadora figuran en la grilla de largada. También Sergio Mansilla, un incondicional del amo y de la Sra. Betty, tirotea el rancho de su competidor.
El intendente Amaya -decidido, al fin- peleará por el cetro, en 2015. Está presto para recoger heridos y desencantados de su enemigo íntimo, sumando a la vieja guardia. No es amor lo que, precisamente, le profesa el matrimonio real. En un trabajo silente, junto con Germán Alfaro como su arcabucero mayor, ata contactos con el peronismo del interior. Su objetivo: ampliar el dominio territorial más allá del ejido del municipio capitalino, donde cuenta con la adhesión de la gente, ganada al frente del ayuntamiento. Dentro del peronismo es hoy, orgánicamente, el mejor parado y con votos propios, para enfrentar al favorito del monarca, en la madre de las batallas de 2015.
El tercer postulante responderá a Sergio Massa. El peronismo que se aleja del César, ve como candidato potable a un hombre ataviado hoy con la toga de camarista federal, en condiciones de jubilarse. De raíces peronistas. Nada está definido. El tigre bonaerense desembarcará aquí un día del estío, de la mano de José Orellana y sus compinches fugados del cristinato y echará los óleos bautismales a su hermandad recién nacida. Por su baja performance en la consulta legislativa -ocupó el último lugar-, Bernardo García Hamilton, quedó revolcado en la polvareda y se eliminó a sí mismo de la primera línea del massismo, que decía representar.
A 22 meses del cambio total de autoridades, puertas adentro del alperovichismo en bajante, se desató una pelea selvática por la sucesión. Pese a la bolilla negra de su marido, Beatriz Rojkés no abandona su ambición de ocupar la poltrona de Lucas Córdoba, con la ayuda de su maestro político, Edmundo Jiménez, como jefe de campaña. Vive las vísperas de su decapitación como tercera autoridad en la línea sucesoria. Se habla de Gerardo Zamora como su reemplazante. Su labor en el Senado fue desleída, más un rosario de célebres disparates en su haber. Por la libreta matrimonial que porta, se siente capacitada para timonear la provincia. En ese mar de dudas, Alperovich no sabe en quién depositará sus fichas. Con procesos penales por delante, necesitará quien le cuide las espaldas. Todos piensan en el veinte quince, sin percatarse que el año actual es un desierto por aún atravesar, con tormentas de arena que sacudirán la estantería del oficialismo, con alta conflictividad social y económica en sus entrañas, con carencias de luz y agua. Tocarán el sayo presidencial y el de los gobernadores y Alperovich no vive en una ínsula; está en la primera línea de fuego.
Si el peronismo llega partido en tres facciones a los comicios del veinte quince -tal como se avizora-, la chance del radical José Cano de coronarse gobernador, es un sueño posible. El sistema de acoples, perverso en sí mismo, fue útil a Alperovich cuando era el candidato excluyente dentro del PJ. Todos trabajaron para él. Ahora, la situación política es otra muy distinta. Los acoples, con el peronismo fraccionado, pueden resultar un bumerán hacia adentro. El beneficiario de esa diáspora será, a la postre, Cano, ya anclado sólidamente en la sociedad como opción en el recambio de autoridades. Con más de 300.000 votos en la bolsa, cosechados en las legislativas a través del Acuerdo Cívico y Social, probó que la UCR con sus aliados puede gobernar Tucumán.
Con cortes de rutas en puntos estratégicos, festivales de piquetes con neumáticos humeantes en toda la geografía urbana y la amenaza de frustrar el Dakar a su paso por tierra tucumana, los gremios estatales están enardecidos. Exigen una subida de sus salarios no menor al 35%, como el otorgado a la policía, extorsión mediante. La Justicia calificó al acto como “un alzamiento en armas” y procesa a ocho uniformados por su participación, alentando el motín. La ausencia total de la fuerza, durante los días del caos, tras la máscara del reclamo salarial, dejó ocho muertos como corolario. Nadie olvidará las jornadas vividas como una pesadilla.